Atómica

Por Ignacio Balbuena

Atomic Blonde
Alemania-Suecia-Estados Unidos, 2017, 115′
Dirigida por David Leitch.
Con Charlize Theron, James McAvoy, Eddie Marsan, John Goodman, Toby Jones, Sofia Boutella, Bill Skarsgård, Til Schweiger y Barbara Sukowa.

Algo por el estilo

Un televisor emitiendo un programa de noticias. Un periodista de MTV se pregunta ‘Sampling: es arte o plagio?’. El guiño al espectador, el gesto autorreferencial nos hace (más) conscientes del entramado pop en el que Atómica se inserta. Pero lo que tiene de código reflexivo también lo tiene de disculpa y excusa. El director David Leitch se da cuenta de las limitaciones del ejercicio de estilo que estamos mirando y nos tira esa al pasar como guiñándonos el ojo, para parecer un poco canchero y para que nosotros nos sintamos un poco cancheros con él. Pero no alcanza. O por lo menos no hay en su película el enfoque preciso y straightforward de John Wick, la película que Leitch, un doble de acción veterano, co-dirigió con Chad Stahelski hace un par de años. El elevator pitch de Atómica bien podría haber sido ‘es John Wick pero con una mina.’ Y no es una mala premisa para nada. Sale Keanu Reeves, entra Charlize Theron como una asesina cooler than thou en un escenario de tiro, lío y cosha golda. Una fórmula de éxito. Indudablemente la presencia escénica y el magnetismo de Theron son lo mejor de la película, y cómo en John Wick, la acción es espectacular y brutal. Hay al menos dos secuencias de acción extraordinarias para destacar, pero enseguida llegamos a eso.

En John Wick (la primera) había un grado de economía narrativa que ponía la acción al frente. Una historia simple y ridícula desataba la trama: ‘le mataron el perrito y le robaron el auto vintage al mejor asesino del mundo, están locos?’. Un mínimo de backstory, un personaje que se aprovechaba de la expresividad cercana a cero de Keanu Reeves y acción con coreografías intensas y bien filmada. Un headshot de glock certero, al medio de los ojos. Atómica, en cambio, se dispersa en varias direcciones diferentes, como los perdigones de un disparo de escopeta. La trama es una típica de operarios del recontraespionaje: hay un McGuffin que todos persiguen, y nadie es quien dice ser. Spy vs. Spy en la caída del muro de Berlín. Un setting ideal, eso sí, y que justifica sonorizar la acción con hits hermosos como Blue Monday, Cat People, y el inevitable 99 luftballons.
Lorraine Broughton (Theron) es una agente del MI6 que navega con estoicismo un mundo hostil de burócratas antipáticos y asesinos secretos envuelta en humo de cigarrillo, vodka con hielo (el mismo que usa para enfriarse en la bañadera después de cagarse a palos) y mucho, mucho neón. Resulta curioso que en una película que se supone impactante, imparable, implacable, lo que más queda impregnado en la retina son las escenas estáticas. Podría ver una película entera de Charlize Theron vestida con atuendos eurochic en luces de neón rojo y azul, fumando sin hablar, acompañada de los sintetizadores de Tyler Bates. De hecho, Atómica es más o menos esa película, con el agregado de la manía de un James McAvoy taimado y paranoico, un soundtrack de grandes éxitos de los ‘80s tan irresistible como obvio y un framing device que no aporta nada en términos narrativos. Si de por sí cuesta seguir quién está engañando a quién (no es que importe demasiado, un poco al estilo de las novelas de espías de John Le Carré), el hecho de que la película sea un relato enmarcado por una conversación entre Charlize Theron y dos agentes de inteligencia interpretados por Toby Jones y John Goodman no es la mejor decisión.

Hay que reconocer méritos, igualmente. Charlize Theron recibió The Coldest City, la novela gráfica original, y al parecer se enganchó con la historia y los personajes. El éxito de John Wick la llevó a convocar a Leitch al proyecto y el personaje de Furiosa en Mad Max: Fury Road ya nos había mostrado que Theron podía interpretar personajes de armas tomar. Y Theron realmente le puso al cuerpo a las escenas de acción. La trama de Atómica es innecesariamente complicada y los personajes no importan demasiado, pero con las peleas pasa todo lo contrario. Los golpes tienen impacto y consecuencias. Lorraine Broughton empieza la película dándose un baño de inmersión en agua y hielo, llena de heridas y cicatrices, y una toma paneando por una espalda desnuda y curtida (que ya vimos en John Wick y en varias películas del género) dice mucho más que cualquier flashback. Durante el resto de la película, sale airosa de cada encuentro. Si Wick es un cirujano con la glock, Broughton prefiere el cuerpo a cuerpo: una escena contra varios agentes en un edificio manguera en mano y el plano secuencia de la escalera son los highlights de esta película de diseño, que no por serlo se disfruta menos.

Pero, aclaración final, Broughton no es un superhéroe de Marvel, vence a todos pero no sin antes recibir numerosos empujones, trompadas y sacudones. Sale rengueando, ensangrentada, con moretones. Entre escena y escena se recupera, mete un cigarrillo y un Stoli on Ice, una escena sexy con Sophia Boutella, y vuelve al ruedo. Para Lorraine Broughton el juego del espionaje se resuelve en la cancha. ‘No sé quién es quién, así que mejor me cago a piñas y después vemos’, parece ser el modus operandi de esta agente, que encara la guerra fría con ímpetu antes que con cálculo. O por lo menos así lo aparenta. Después llegará un twist y otro y otro y otro, porque los espías son de todo menos gente que la va de frente manteca. Atómica construye una Berlín entre el realismo sucio de la acción contemporánea al estilo de Jason Bourne, pero atravesada por la sensibilidad que le aportan los hits new wave, las tipografías de graffiti y neón, la autoconciencia de saberse muestrario pop y pequeños detalles como el relojero (Til Schweiger), que sugiere un mundo de espionaje más bien cercano a la historieta, pero sin llegar al world building exagerado de John Wick 2. No termina de ser suficiente, pero siempre nos quedará Charlize. No es poco.

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