Cine club Perro Blanco – Comunidad de espectadores: Trouble Every Day

Por David Obarrio

Estimados amigos:

Como muchos de Uds lo saben, pero otros no, les queremos contar por acá que en febrero de 2019 comenzaron las actividades de nuestro cineclub. Pero al mismo tiempo es importante aclarar: no es un simple cine club en el que proyectamos películas que amamos, sino que nos propusimos hacer algo distinto. Gracias a la convocatoria del Centro Cultural San Martín, que ha dispuesto una serie de ejes temáticos por bimestre a lo largo del año, Perro Blanco ha programado 12 meses con 4 películas por cada mes en cuestión.

Podés ver la película en este link.

La décima cuarta película que vimos y trabajamos fue una película notable, que tuvo, increíblemente, estreno local sin demasiada suerte. Por motivos que desconocemos la elección del título de estreno, Sangre Canibal, tampoco ayudó demasiado. Sea como fuere, su directora Claire Denis merece nuestro detenimiento en su rica obra. Y Trouble Every Day es una obra maestra que no podíamos dejar afuera.

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La directora francesa constituye un caso palmario de autorismo en la disidencia; autora con todas las letras que bucea a veces en los bordes de los géneros, materia maleable en la que se puede, también, tomar nota de las zonas oscuras de la sensibilidad contemporánea, aquella acechada con obstinación por un bagaje de verdades incómodas, secretos mal guardados, voces olvidadas que vuelven a llamar, recuerdos cuyas sombras se proyectan con malevolencia sobre el presente. El estado de cosas no siempre resuelto de los sociedades post coloniales como la mancha que se extiende sobre una colección de sueños incumplidos, con seres que deambulan entre precarias alegrías domésticas, gestos de estupefacción, cierto modo de “estar en el mundo” que se asemeja al de un automatismo vital, o una forma de vitalidad un poco sonámbula, sin desesperación declarada, pero también sin escapatoria. Si algo distingue a esta directora tan elusiva es una especie de artesanía impasible, cultivada con una seguridad mayor cada vez, pero al mismo tiempo un poco temblorosa, como si en cada ocasión de lo que se tratara es de ver qué pasa con ese arsenal de formas probadas, esas trazos obstinados que constituyen las preocupaciones estilísticas y éticas de un cineasta: volver sobre ciertos temas, cierta cháchara, ciertos tipos de planos, ciertas obsesiones a veces secretas que parecen hablar por sí mismas, pero a las que se puede siempre interrogar de nuevo, como palabras o rostros capaces de revelar algo nuevo cuando son observados y oídos desde diferentes ángulos. 

01.05 Trouble Every Day

Sangre caníbal se impone al ripio enojoso con que la estorba su estúpida traducción local para desplegar un asombroso muestrario de destinos contrariados, de pérdida, hostilidad y horror. Trouble Every Day, la denominación original de la película y mantra crepuscular que se repite en la canción del grupo Tindersticks (colaboradores habituales de Denis), que balbucea quedamente junto a las imágenes de una madrugada junto al Sena con las que da inicio el relato, podría estar aludiendo con resignación a la temible rutina que afecta impiadosamente a los seres desolados que lo habitan. Los personajes son una mujer adicta a la sangre de los otros –una enfermedad contraída en el pasado que remite al  recuerdo de hechos infamantes – y su atribulado marido científico; otro hombre atacado por el mismo mal, antiguo colega americano de la mujer, y su joven esposa, la única enteramente ajena a los hechos y al sufrimiento de los contendientes. El hombre maldito busca una cura y debe contactar al científico para obtenerla. El científico es guardián de su esposa, vive casi con exclusividad para atraparla y traerla de vuelta de sus sangrientas excursiones por las afueras de París: mientras que ella se encuentra completamente contaminada por la enfermedad y en el borde que separa la humanidad del horror más profundo, el americano puede en cambio convivir todavía con su estado como junto a un secreto vergonzante, como un Jekyll y Hyde de la actualidad. Pero el tiempo apremia y la vida se desmorona. 

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Denis convierte un esquema de película clase B en una tragedia depurada, sin ceder un milímetro a la sátira ni abandonarse a la comicidad para aligerar el peso terrible de la historia. La directora se apropia con decisión de ciertas formas “menores”, disparatadas, ornamentos recurrentes que la historia del cine reciente atesora desde la distancia irónica, para sumergirse de lleno en sus aguas, cambiando ligereza por drama, culto indolente a ciertos gestos intercambiables del pop por genuino interés, sarcasmo por afecto, manierismo por asombro, humor por tragedia. La película ausculta el pasado para obtener latidos del presente: un malestar, una incompatibilidad agónica, una manera de “no encajar”, de estar pero de no ser percibido, –como el padre de familia ferroviario de 35 Rhums– , de conformar un clan, un gueto obligado de seres perdidos para el mundo, como una raza condenada al destierro. En High Life, su nueva película, Denis ofrece los fragmentos visibles de una “película del espacio” para impugnar con gesto de acero sus presupuestos y expurgarla de sus rutinas y comodidades, como si lo que en verdad le interesara del asunto es el aspecto insondable de sus intersticios, aquello que habla verdaderamente en el corazón de cada roce de elementos vueltos a ver mil veces. El sentimiento de tragedia, la extrañeza como fondo en el que yace una verdad espantosa, es el eco familiar que recorre las películas de la directora. El cine de Denis es también aquel en que lo demasiado visible se convierte en fantasma de feroces contiendas ocultas. 

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