Cine club Perro Blanco – Comunidad de espectadores: Vestida para matar

Por Federico Karstulovich

Estimados amigos:

Como muchos de Uds lo saben, pero otros no, les queremos contar por acá que en febrero de 2019 comenzaron las actividades de nuestro cineclub. Pero al mismo tiempo es importante aclarar: no es un simple cine club en el que proyectamos películas que amamos, sino que nos propusimos hacer algo distinto. Gracias a la convocatoria del Centro Cultural San Martín, que ha dispuesto una serie de ejes temáticos por bimestre a lo largo del año, Perro Blanco ha programado 12 meses con 4 películas por cada mes en cuestión.

Podés ver la película en este link


La novena película que vimos y trabajamos fue la imperecedera Vestida para matar. En nuestro tercer mes de cineclub el tema que se impone es el de los géneros (de todo tipo y forma). Pero en este caso lo tomamos desde otro lado: el género como autopercepción, el género como problema narrativo y las tensiones en el interior del mismo. Sumado a eso, qué sucede cuando los géneros son abordados desde la más plena de las parodias.

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De Palma sabe más por viejo, por zorro que por diablo. Y lo que sabe, al menos a lo largo de la década prodigiosa del 70, termina por explotar en la otra gran década de su cine, los 80s. Lo que en los primeros años de su obra fue experimentación (hablamos de aquellas que van de Murder a la mod hasta Hi Mom! (1970)) lo que en películas como Hermanas Diabólicas (1972), Un fantasma en el Paraíso (1974), Carrie (1976) y Obsesión (1976) (pero también la fallida La furia (1978) o la casi desconocida Get to know your rabbit (1972)) fue un laboratorio de perfeccionamiento, a partir de 1980 se convirtió en una pura fiesta. Y la entrada a esa fiesta formal no fue otra que esa obra maestra llamada Vestida para matar (1980).

Si hay algo parecido a un género que el director supo visitar, como si se tratara de un esquiador haciendo un slalom elegante, ese es el thriller de suspenso (incluso no exento de ciertas cuotas de giallo, aunque fuera a cuentagotas). Y como, en rigor de verdad, el prestigio nunca fue una de las preocupaciones depalmianas, precisamente, trabajar con esa clase de géneros bastardos fue la excusa perfecta para la diversión. Y la diversión, en la obra del ítaloamericano, no implica otra cosa que vestirse, ponerse ropas, cambiar identidades, superponerlas. Ese ejercicio es llevado por De Palma al paroxismo en Vestida para matar, precisamente porque construye una sucesión de muñecas rusas al respecto: primero juega a ser un thriller de suspenso casi mudo, con componentes eróticos, que prontamente se trastoca en un policial, que a la vez juega a ser hitchcockiano (citando juguetonamente a Psicosis), a la vez poniendo en el centro mismo a un personaje que se trasviste para asesinar (algo que en el contexto puritano de corrección política actual sería intolerable y sujeto al escarnio público, no lo duden).

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El cuerpo del género es también un campo de experimentación para el director, precisamente porque valiéndose de la tradición berreta y psicoanalítica de los thrillers de asesinos seriales (en este caso un asesino de mujeres, un auténtico femicida, si lo pensamos con nomenclaturas del presente) construye un personaje que es la suma de mil y un lugares comunes. Porque el género para De Palma también es un tono. Y la parodia, la conciencia del límite de un verosímil específico es también una relación con el imaginario que cada género proporciona. Por eso no creemos que sea habilitante la lectura que el presente le dio a esta película, acusada de transfóbica. Ese señalamiento no es justo, sencillamente, porque el cuerpo trans no está sujeto a un señalamiento por su práctica identitaria, sino que esa práctica identitaria es un material dramático. En definitiva el género haciendo hablar al género y viceversa. La reversibilidad es también un juego que hay que tomarse menos en serio. Quizás las revoluciones más intensas se hagan jugando y no haciendo caza de brujas.

Tal y como dijimos antes, para De Palma los géneros son un sistema de juegos mucho más libre y feliz que las películas que buscan decir cosas trascendentes. En su cine, los géneros son el resultado burbujeante de mezclar cosas, de tomárselas no demasiado en serio y con eso construir lenguaje. Porque si algo hay en este director es la precisión y la capacidad de hacer mundos con imágenes, mundos autónomos y carentes de relación con la vida. La mentira 24 veces por segundo, ni más ni menos.

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