Halloween

Por Sergio Monsalve

EE.UU., 2018, 109′
Dirigida por David Gordon Green
Con Nick Castle, Jamie Lee Curtis, Judy Greer, Miles Robbins, Virginia Gardner, Will Patton, Toby Huss, Haluk Bilginer, Jefferson Hall, Andi Matichak, Christopher Allen Nelson

1978, hoy

1. Diálogos. Una calabaza se infla de cero mientras bajan los créditos con la gráfica original en color anaranjado. La franquicia, según sus creadores, necesitaba de aire fresco para celebrar los 40 años de la película original en un remake absolutamente metalinguístico. Y si bien la película original de Carpenter ya funcionaba como un cúmulo de referencias al género subvertidas a finales de los setenta, el film de David Gordon Green propone un ejercicio de puesta en abismo, de inception de los personajes y los tropos explotados por la saga de Michael Myers en pleno delirio social, urbano y geopolítico del siglo XXI. A ver: aquella película del ’78 llegó en un instante de decadencia cultural. No marchaban bien los asuntos en el estado y menos en la industria de producción del pánico. Desde las tormentas de El Exorcista (1973), La Masacre de Texas (1974) y Tiburón (1975), el género se aferraba al éxito de casos aislados para disimular su crisis endémica.

2. Modernidad y conciencia. Quizás por eso la singularidad de Halloween, en palabras de Carlos Losilla, fue la de inaugurar el período posmoderno de la crueldad autoconsciente, nostálgica y paródica de nuestros tiempos. Acaso la transgresión de Carpenter se había gestado antes, en la clandestinidad de la serie Z, anticipando el futuro de un filón personal y corporativo. La obra de Carpenter logra lo imposible para el género hasta entonces y captura la abstracción de unos paisajes en proceso de vaciamiento a través de la famosa técnica de los planos secuencia y los tiempos muertos, heredando los desplazamientos de las vanguardias de posguerra, en particular el cine italiano de los 60s. Por ello se establecen los paralelismos correspondientes entre el lente anamórfico de Carpenter y la cámara suspendida de Antonioni en El Eclipse (cuyo final dialoga plenamente con el de Halloween) y La Noche. Ambos autores coinciden en retratar la progresiva zombificación humana acontecida tras el fracaso de las utopías de la civilización occidental (de izquierda, centro y derecha). De esta manera elíptica, el cine de Carpenter era testigo silente y cínico de un arte devenido en cajón de sastre, en efecto derivativo del pop o en metáfora de la esterilidad replicante.

3. El terror social. Si el mal lo había inundado todo, carecía de explicación y surgía de las propias extrañas de una aparente normalidad social de chicos anclados a un sueño falso de regreso a la época del baby boom, después el fiasco de la generación hippie. A la distancia  y de cerca, Carpenter observaba el desencanto de los jóvenes por las banderas desgastadas de sus padres bo-bos (bohemian & bourgeois), asumiendo una postura de víctimas pasivas y conservadoras del decorado de clase media.

Pero los espacios segregados y desinfectados no generaron un sistema perfecto. Acechan los monstruos de George Romero, brotando de la tierra como hongos. Asedian los hijos de Norman Bates y de la pesadilla americana de Psicosis. Ahora los locos andan sueltos y son idénticos a nosotros. No son ellos, los diferentes, sino las imágenes idílicas de una familia inspirada en un cuadro de Norman Rockwell, cuyos colores resplandecientes esconden el desgarro expresionista de un inconsciente colectivo. El resplandor (1982) y Blue Velvet (1986) jugarían luego en el mismo plano de ambigüedad, ofreciendo las dos caras de una realidad hostigada por espectros.

La profecía de Halloween alcanzaría, por lo tanto, a los hechos por venir en las siguientes cuatro décadas. En diversos contextos, solo cambiarán las máscaras del agresor o del agredido. A la postre, si forzamos el recurso, la operación metafórica del filme de Carpenter sirve de radiografía de un entorno de guerras virtuales y de asesinatos en modo de video game, a cargo de psicópatas sin causa. De Columbine al atentado del World Trade Center, los acontecimientos proyectan el dilema de la película de Carpenter. Y acaso el terror nos invadió, nos transformó y nos convirtió en presas de su trampa.

4. 40 años no son nada. Halloween versión 2018 amplifica las investigaciones conceptuales y formales de Carpenter en el mundo contagiado de la enfermedad de Michael Myers. Luego de innumerables empresas irregulares y dos modélicas entregas de Rob Zombie, la franquicia retorna al origen para narrar la imposibilidad de romper con el círculo vicioso de la violencia. El ciclo se cierra por donde comenzó, invirtiendo los roles y los papeles. El país de Trump, síntesis de un globo escindido, recibe a una Laurie Strode paraonica, aislada, escéptica y traumatizada por el descalabro de su proyecto de vida en familia. De comportamiento agorofóbico y desconfiado, comparte la naturaleza de los antihéroes de Carpenter, a la usanza contestaria de Snake Plissken. La protagonista, este vez carga su arsenal en casa, construye un búnker a su medida, y quizás pueda encarnar a la américa enojada del voto republicano y radical en favor del libre acceso a las armas. No lo sabemos. Entonces…¿Es reaccionaria, es anarquista, es una militante de una agenda de empoderamiento femenino? La película de DGG evita responder a sus interrogantes con subrayados de campaña progresista. En cambio, transita por las veradas clásicas y crepusculares del mejor Eastwood o del Carpenter hastiado y asqueado de las imposibilidades de un presente cínico en una película como Fuga de Los Ángeles.

5. El presente como vacío. David Gordon Green expone la inutilidad de instituciones y ciudadanos infantilizados ante los problemas grandes y verdaderos, cuya comprensión se nos escapa. El director muestra compasión por la deriva de sus criaturas movidas por intereses a menudo absurdos o mezquinos, siendo castigados por el cuchillo del verdugo. Pero no hay moral: Michael Myers ataca a villanos y virtuosos por igual, aunque se ahorra trabajo con la conjura de necios e infames que lo rodean. En el cuarto de espejos del largometraje, el humor negro se refleja en una cantidad importante de situaciones satíricas, conservado el espíritu de la comedia de Carpenter.

De los chistes privados, los fanáticos ríen con la caricatura de los expedientes Warren y las ridículas imposturas del Doctor Loomis de ocasión. La ironía de las secuelas consigue su traducción ejemplar en el desarrollo de la trama, al hacer de Laurie, su hija y su nieta las reencarnaciones de Michael Myers.

6. Sin final para los débiles. De principio a fin, Halloween relata cómo la rehabilitación y curación de Michael Myers se frustra por la presión de su medio ambiente tóxico. Lo molestan los periodistas, los seudocientíficos y los psiquiatras. En paralelo, fastidian a la pobre Laurie, quien sabe del peligro de provocar a los enfermos, de someterlos a terapias de shock. ¿Qué ocurre? Jamie Lee Curtis no tiene más remedio que volverse a animalizar como en la película original, salvo que ahora está mejor preparada. Él y ella miran por medio de una pantalla que los conecta y emparienta, afiliándose con el punto de vista del espectador. La reescritura de Gordon Green culmina en el éxtasis de un incendio que reconoce la extinción de un legado de cenizas. El epílogo complacerá a los adoradores del eterno retorno. Sin embargo, el tono de réquiem neutraliza la salida esperanzadora de la agenda populista.

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