Mar del Plata 2018 – Diario de festival (1)

Por Marcos Rodríguez

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Por Marcos Rodriguez

Cambios. Arranco el festival con una decisión. No suele ser el caso. Ya ni preparo grillas con antelación ni miro casi la programación hasta el día que arranca. Me voy poniendo viejo. Antes no solo planificaba con cuidado cada minuto disponible, sino que me esforzaba por ver la mayor cantidad de películas posible y, sobre todo, por encontrar la mayor cantidad de películas que creía que me iban a gustar. Algo ha cambiado.

Por un lado, los años de festival nos enseñan que lo que uno cree que le va a gustar (e incluso en el momento le gusta) no es necesariamente recordable. Por otro lado, hubo un cambio objetivo: las vías tecnológicas (que no deben ser nombradas) permiten que hoy en día (tarde o temprano) una buena cantidad de las películas que te interesaban las termines por poder ver. Ya no hace falta desesperarse por llegar a la última película de un gran autor asiático, ponele, porque lo más probable es que de una forma u otra aparezca.

Teniendo en cuenta esto, arranco mi festival con una decisión: voy a tratar de asistir a las funciones que por una razón u otra son eventos únicos que solo se pueden dar en un festival. Proyecciones especiales, proyecciones en fílmico, proyecciones con presentación realmente interesante, películas que hay que ver sí o sí en una sala de cine (pienso en Tsai Ming-liang, por ejemplo), películas que (seamos sinceros) solo vas a ver en un festival, retrospectivas de cosas que aún hoy son inhallables. Todas esas cosas que hacen que realmente tenga sentido arrastrar la propia humanidad hasta las salas de un festival, todo lo que todavía tiene que ver con el cine como experiencia vivida en una sala.

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Huesos y palabras. 
Primer día, y fiel a una decisión que todavía puedo sostener, mi primera película en el 33 festival de Mar del Plata es Dead souls, la última de Wang Bing. Categoría: cine que solo tiene sentido en una sala y, también, categoría: seamos sinceros, esta película no la vas a ver después en tu casa.
La cosa dura más de ocho horas, pero hay algo que no había leído y que me genera una cierta incomodidad: “Dead souls” no es una película sino una miniserie. La proyección tuvo dos intervalos (de diez minutos: nada) justamente en los momentos en que empieza y termina cada capítulo, con créditos de presentación y cierre cada vez. Es una película extraordinaria, pero no estoy seguro de que el esfuerzo que significa verla toda de corrido sea esencial. Como fuera, vale la pena y el encierro y el cansancio y la acumulación que significó esa proyección sin duda sumaron a la experiencia desesperante que fue asistir a los testimonios de lo que vivieron esas personas durante tres años en un campo de reeducación en la Revolución Cultural.
Wang Bing trabaja con ridículamente poco: una cámara digital muchas veces sostenida a mano, quietita, con un sonido defectuoso, planos que duran una barbaridad, y gente que habla. El proyecto tuvo más de diez años de gestación porque los registros más viejos son del 2005 (la calidad de esas cámaras era notoriamente peor) y desde entonces muchos de los sobrevivientes se fueron muriendo.
Hay algunos momentos en los que la cámara deja el registro de entrevista, fundamentalmente cuando va a visitar el lugar donde se levantaba el campo de Mingshu. Los planos siguen siendo del registro más estrictos: hoy ya no queda nada de ese campo, la zona que solía ser un desierto fue rellenada y regada para generar cultivos, pero en distintos sectores donde la tierra no está llena de cosechas se ven a simple vista pilas y pilas de huesos humanos tirados así nomás, sogas todavía anudadas, piedritas en las que se escribieron los nombres de los muertos. Testimonio físico.

Difícil escribir sobre una película así. Un esfuerzo (diría) maravilloso por luchar contra el olvido a través del cine. Solo puedo decir que el talento de Wang Bing para tomar lo más básico del cine, incluso con desprolijidades técnicas notorias, y construir una experiencia cinematográfica es de una sabiduría a veces difícil de soportar.


Experimentado. 
Mi segunda película de mi primer día fueron en realidad varias: la retrospectiva (compacta) de los cortos de Maya Deren. Una retrospectiva que se ve completa de una sentada. Categoría: películas que todavía son difíciles de encontrar y, además, proyección en fílmico.
Una hermosura. No conocía a Deren, creo que nunca la había escuchado nombrar. Según la chica que presentó (y el catálogo), Deren es una figura central del cine experimental yanqui. Será. Asumo que debe haber, entonces, mucho escrito sobre la mujer y su obra y no vale la pena demasiado describir.
Me sorprendió ver algo tan radical filmado en la década del ’40, pero sobre todo me sorprendió ver algo tan bello. Los juegos, el surrealismo, el montaje, la exploración del cine liberado de tantas de las ataduras que suelen mantenerlo tan pedestre.

Particularmente conmovedora me resultó la pasión de Deren por filmar el movimiento. Un movimiento físico, también simbólico pero fundamentalmente corporal. De cuerpos atravesados por la cámara.

Tremendo primer día para un festival.

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