#Polémica: Jojo Rabbit (en contra)

Por Santiago Gonzalez

EE.UU., 2019, 108′ 
Dirigida por Taika Waititi
Con Taika Waititi,  Scarlett Johansson,  Sam Rockwell,  Rebel Wilson,  Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie,  Alfie Allen,  Stephen Merchant,  Archie Yates

La comedia enjaulada (*)

El manterse fiel a una forma de hacer cine termina (directa o indirectamente) convirtiendo a ciertos artistas en herederos de algunas tradiciones cinematográficas, como si en efecto la crítica no tolerara las películas sin filaciones. Esto se ve muy seguido en el género de terror. En este género es habitual hallar a un nuevo director que, de la noche a la mañana, es convertido -tanto por medios como por fans- en un genio, que al evocar el cine de algún viejo director, pareciera que fuera a cambiar el panorama actual radicalmente. El gesto de ver al presente del cine siempre de manera negativa, por más que cada año salgan películas que demuestren lo contrario, es eso: un gesto. Y los gestos hacen una excelente pareja con los descubrimientos (reales o forzados). Lo novedoso apenas es reciente, ni siquiera es nuevo. Pero la novedad sigue teniendo buena prensa.

Algo así está pasando en muchos de los géneros que amamos. Habría que preguntarse porque esta necesidad de nombrar nuevos autores inmediatamente. Tal vez porque en su momento varios cineastas no fueron tratados como era debido, tal vez porque no haya alguien que represente de manera cabal y definitiva (algo imposible por cierto) a la época en la que vivimos. O simplemente porque crecimos viendo obras maestras de directores ya consagrados y nos encontramos, hoy en día, con películas que necesitan tiempo para convertirse en lo que son. La realidad es que ni las películas canónicas ni los autores se hicieron de un día para el otro. Más bien por el contrario: tardaron años en ser lo que son. El clásico instantáneo, el nuevo génio termina perjudicando a la obra. Tiempo al tiempo.

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La angustia de las influencias pone presión sobre nuevos realizadores. De repente tienen la obligación de hacer una obra maestra como las que hicieron sus maestros. Pero quizás olviden (o desconozcan) que sus antepasados no tenían esa idea a la hora de filmar. La demanda de novedad y de autoría parece ser un problema que tipos como John Ford o Howard Hawks no parecen haber sufrido. Por el contrario -y más específicamente en los directores que debutaron después de la década del 70- al ser conscientes de su lugar en el cine (muchos de ellos trabajando en géneros populares como el terror, la comedia, la acción, etc) en algún momento sienten la necesidad de transcender, como si una demanda de reconocimiento los persiguiera. El gesto de la autoría demandada es que disfraza de complejidad y mirada personal muchas ideas que en el fondo no son más que mediocres y temerosas miradas sobre el mundo. Esto le termina pasando a Waititi con Jojo Rabbit.

La trama transcurre durante la segunda guerra mundial y trata la historia de Johannes Betzler, un niño fanático nazi, que tiene como amigo imaginario a Hitler y que decide unirse a la juventud hitleriana. El conflicto se le presenta cuando, luego de un accidente con una granada, descubre que su madre (Scarlett Johanson) tiene escondida a Elsa, una niña judía, en su casa. La premisa es simple, contundente y prometedora. Pero…

Ya, desde la previa, el tráiler mostraba todas sus armas. Una comedia edulcorada, linda visualmente, de esas que las críticas internacionales te la venden como la feel good movie of the year (hablamos de esas películas que dejan la sensación de sentirte feliz por vivir). Asi las cosas, a primera vista, la película prometía un humor políticamente incorrecto. Al final de cuentas se nos estaba dando un poco de eso que muchos esperamos y que no obtenemos con regularidad en el preente: la posibilidad de ver un cine que escapa de la corrección política actual. El problema es con qué medios Jojo Rabbit se proponía afrontar ese tono.

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Bien sabemos que la sátira a la derecha más extrema siempre funciona mucho mejor que la satira a la izquierda (no importa en qué país del mundo leas esto). Pensemos en Capusotto, amén del gesto del progresismo de pegarle a un fascista de derecha, el gesto como tal funciona mejor como rasgo pop antes que como arma política. El problema es cuando Capusotto quiere invertir ese componente, porque necesita decir algo importante (contrario es el caso de Bombita Rodriguez, que si es marcadamente pop y por lo tanto más libre y mordaz en su humor que satiriza al peronismo setentista). Quizás algo de esa operatoria discursiva que fuerza una lectura politizada de lo pop es lo que sucede con Jojo Rabbit: Hitler se convirtió en parte de la cultura popular y eso le preocupa a Waititi. Le preocupa que a través del humor se haya naturalizado a Hitler (interpretado exageradamente por el mismo director) como encarnación de todos los males. Esa preocupación y ese miedo exhibe el modo en el que el código se pone en evidencia. Es por eso que pierde gracia en seguida. De hecho a partir de la escena de la explosión, la incorrección política inicial va perdiendo gracia y presencia. Pero para peor, es exactamente ese borramiento del tono lo que termina demostrando que la premisa era apenas un disparador, era puro humo, una estrategia para contar otra cosa y ofrecer gato por liebre.

Por eso se mezclan dos problemas: el de la autoridad del autor pero también el del límite del humor. Y en ese imposible diagrama de Venn el encuentro termina por crear un nuevo conjunto, solemne y discursivo.
Me gustaría concentrarme en un par de escenas en particular para dar cuenta de algunos de estos problemas y hablan de la irresponsabilidad de Waititi. Aunque no lo crean la puesta en escena está fuertemente influenciada por el cine de Wes Anderson, sobre todo la relación entre Johaness y Elsa que parece recordar a la de los protagonistas de Moonrise Kingdom(2012). Lo mismo se nota en ese campamento nazi al que asiste el protagonista y el cual Waititi retrata como si fueran todos boys scouts. Hasta la inclusión de Sam Rockwell hace pensar en Edward Norton. Tal vez justamente el error estético de esta película haya sido la de copiar el cine de un director cuya seña particular es la perfección y el detallismo en la puesta en escena, pero también la asepsia y la distancia, por tanto, también, cierta ausencia de riesgo discursivo.  

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Después de varias secuencias no muy logradas satirizando las prácticas del nazismo aparece Scarlett Johansson. Lleva a su hijo a la plaza y lo hace ver unos cuerpos colgados . En ese momento toda la música pop, todo el humor que podíamos reconocer previamente se termina. Hay silencio y una imagen cruda, un imagen real diría Bazin. El público, incluyéndome, estaba callado porque se trataba de algo fuerte y todos estaban en silencio porque nadie podría reírse. Como si el sobreentendido no habilitara otra posibilidad que una única y posible reacción. Si ya sabemos que el nazismo fue una de las peores desgracias de la humanidad…¿no podemos reírnos de esto? Waititi necesita que por un lado nos riamos pero a la vez nos extorsiona de manera suficientemente clara como para que no olvidemos y para que nos sintamos culpables. La pregunta es… ¿para qué carajo te metiste con un tema tan jodido como este? La comedia en el cine es uno de los terrenos de la anarquía, es el mundo de las posibilidades (porque si el cine no puede representar con libertad, para qué sirve?). Jojo Rabbit, entonces, no solo es una comedia encorsetada en la culpa, sino que en el fondo no es para nada incorrecta. De hecho Waititi cita indirectamente a la horrible La vida es bella (Roberto Benigni, 1998).

Pero pasemos a dos escenas más, que dan la pauta de un segundo problema tematizado por la película: la mirada, la perspectiva. 

En este caso vemos a Johannes observando una mariposa que se mueve por un suelo gris y lleno de nieve. La empieza a seguir y repente se choca con el cuerpo colgado de su madre. Una vez más el silencio del publico mientras se escucha el grito desesperado del niño. No pude más después de eso, simplemente me perdió. El recurso de la mirada convertido en un artefacto vil, de manipulación emocional.
Pero hay una escena más, una tercera. En ella al protagonista le explota una granada que tiene en la mano. Vemos el cuerpo volar, pero como la película es tan inofensiva y no quiere tener a un protagonista destrozado apenas le queda una marquita en el ojo. Esa explosión va a ser la responsable de que Johannes vea las cosas de otra manera. Porque -esto nos es recordado todo el tiempo- otro de los temas importantes de esta película es la mirada. Todos los personajes que son diferentes tienen alguna marca en los ojos y por supuesto son los buenos de esta historia. Desde ese sargento interpretado por Sam Rockwell hasta el amigo gordito con lentes. La idea que se desprende es clara: hay que cambiar la mirada. 

El problema de la solemnidad es que no hay en ella el menor rasgo de inteligencia. No hay un diálogo posible con el espectador, no se abre el camino a que elaboremos nuestras propias ideas del mundo. Jojo Rabbit es puritana, limpia y tranquilizadora.

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Me gustaría pensar, como contraste, lo que hace Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria (2009), que es la operación inversa a lo que estamos viendo aquí. En esa epopeya el director tomaba un pedazo de la historia y jugaba con ella porque tenía la libertad suficiente para hacer lo que quisiera. Porque no le importaba quedar bien con nadie y no respondía ante nadie y en especial porque entendía el poder del cine capaz de modificarlo todo. Tarantino hacia que rechazáramos al Hanz Landa de Christoph Waltz pero a la vez nos atraía porque era un villano increíble a su vez que uno de los personajes más ambiguos de todo el film. Los supuestos héroes (el grupo comandado por Aldo Raine) no tenían ninguna virtud, eran asesinos con los que era imposible empatizar. El único personaje con el que se podía empatizar y entender sus conflictos era con Shossana, pero incluso ella se convertía en una asesina despiadada (asesina de nazis, pero asesina al fin). 

Tarantino no jugaba con nosotros sino a nuestro lado. Nos metía en escenas incomodas, por el simple hecho de jugar y permitirse libertades. En una de las escenas más osadas a un oficial nazi le preguntan si las medallas que gano fueron por matar judíos a lo que responde que fue por valor. Ahí nos muestra dos caras, otra mirada y por supuesto que nos pone en juego. Tarantino rompe con nuestras expectativas, sobre lo que esperamos a la hora de ver una película que tiene como eje el nazismo. La ruptura de expectativas no se lleva bien con la incorrección política. Y la incorrección política es honesta porque permite pensar, salirnos del óxido del deber ser. Jojo Rabbit es una película hecha para seguir una agenda política actual, esa que se cuela en el cine para decirnos cómo tenemos que ser, que trabaja la historia de la manera más conveniente y que busca empatarlo con las problemáticas actuales que hay en el mainstream culposo. Irónicamente habla más del estado de cine de hoy que sobre el nazismo. 

Terminé de ver Jojo Rabbit y salí de la sala enojado. Aunque lo parezca no es una película problemática ni “polémica”.. Justamente porque parece discutir, repensar, permitirse libertades, pero en realidad es todo lo contrario. Comprobamos que terminará compitiendo en la próxima edición del Oscar. Al final a Waititi/Disney la operación le salió perfecta. El único que perdió fue el cine.

(*) Una versión extendida de esta crítica fue publicada en el número de Perro Blanco de diciembre de 2019

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