#PostBafici 2018 – (11): Inferninho

Por Leonardo Gutierrez

Inferninho
Brasil, 2018, 82′
Dirigida por Pedro Diógenes y Guto Parente
Con Tatiana Amorim, Samya De Lavor, Pedro Domingues, Paulo Ess, Demick Lopes, Gustavo Lopes, Rafael Martins, Galba Nogueira, Yuri Yamamoto

Opereta de un sentimiento

Por Leonardo Gutierrez

En el último Bafici se extrañó la monumentalidad fílmica portuguesa, la maravilla de cada edición de la mano de directores como Joao Pedro Rodrigues o Miguel Gomes (de hecho, hubo una sola película de Portugal en toda la programación, Djon África, ajena a las coordenadas de los antedichos pero absolutamente encantadora). Sin embargo, mucho de ese cine acaramelado, que suele gustar por la puesta en abismo de pasiones tan irrefrenables como inevitables pudo verse en una película de su mismo idioma, algo que no debe ser casual, ya que las lenguas, más allá de su sonoridad, suelen conllevar poéticas y hasta temáticas símiles. Como si el mencionado Rodrigues se hubiera quedado sin presupuesto -o recién comenzara en el oficio-, la brasileña Inferninho apuesta por un melo desaforado y sinverguenza protagonizado por una curtida y adorable trans (en este caso, de origen oriental), solo que en un ámbito ínfimo -el bar del título- y con sólo dos o tres personajes para lograr su noble cometido. Pero lo hace con una vitalidad paradigmática: una que sabe que es pobre pero no le importa, y que a la vez es consciente de que esa austeridad puede potenciar cada uno de sus elementos, pretendidamente inscriptos en el camp más juguetón, ese que puede llegar –como es el caso- a un lirismo tan repentino como impensado. En ese sentido, lo que se encuentra travestido es la película toda, que, disfrazada de lo que desea o siente ser, nos seduce de tal manera que no queda otra que creer en ella. Porque al fin y al cabo, eso que dice ser es lo que es.

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Inferninho aspira a contar una pequeña gran historia de (des)amor, con moraleja y todo, y lo hace con lo primero que tiene a mano: cine, pero sobre todas las cosas, una pasión que supla toda limitación de recursos. O como se dijo, convirtiendo a esa limitación en parte de su innegable encanto.

El bar del título, más que un infierno, puede verse como un simpático y a la vez melancólico purgatorio (cruza de Cha-cha-cha con Fassbinder) donde van a parar los soñadores perdidos y empedernidos: la dueña ya mencionada, Deusimar; una improbable cantante que se ha golpeado la cabeza y canta en otros idiomas, una chismosa que limpia y un puñado de parroquianos disfrazados, entre ellos una suerte de Beethoven, un Spiderman y un Wolverine (sí,lo que leen). A ese antro absurdo arriba Jarbas, el marinero y hombre de mundo que pone todo patas para arriba al seducir y luego flechar a Deusimar, quien –entendemos- se ha pasado la vida en ese lugar miserable y por primera vez está dispuesta a dejarlo todo por cumplir sus postergados deseos y salir de ese lugar, del inferninho con minúsculas. Pero escapar de allí no es fácil, el marinero no será exactamente quien imaginamos (digresión: insólitamente, la película tiene la misma trama que otra gran película del festival, Gutland), y, entre momentos de verdadero absurdo, florecerá el bienvenido culebrón.

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La teatralidad y formato telenovelesco de su apuesta (que vaya si la es), al contrario de opacarla, potencian la intimidad y emoción de cada elemento melodramático, al punto tal de que los momentos más emocionantes –y verdaderos- están protagonizados por un hombre ceceoso disfrazado de conejo rosa (¡!), o por la dueña del bar paseando por el mundo a través de cromas (más bien, pasisajes de screensaver de PC) y fondos ostensiblemente falsos, mientras suena una balada pop. Como todo en esta película, tan autoconsciente de su artificio como conmovedora pese a todo. O, como se dijo más arriba, precisamente por ello.

Hay bellísimas canciones (que recuerdan a la esplendorosa Aquel Querido Mes de Agosto, otra vez Gomes, otra vez Portugal) por parte de una cantante que desafina fulero y no se viste demasiado bien, pero cuya vehemencia logra que cada una de las interpretaciones emocione hasta las lágrimas. Una síntesis perfecta de esta película hecha en una baldosa de favela.

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