#PostBafici 2018 – (4): The Rider

Por Leonardo Gutierrez

The Rider
EE.UU., 2017, 104′
Dirigida por Chloé Zhao
Con Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Cat Clifford, Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon, Derrick Janis

Centauros o Desierto

Por Leo Gutierrez

¿Quién no hubiera deseado ver un western de Malick? Esto no es ni una cosa ni la otra, pero sí lo más cercano que podamos encontrar en el condado. Hay un cowboy, hay caballos y hay praderas de Dakota del Sur fotografiadas con inusual belleza, ajenas incluso a la estilización de los neowesterns de Taylor Sheridan (más bien, una que recuerda más a la Meek´s Cutoff de Reichardt). Están, también, el intimismo, la mirada extática o el prodigioso uso del silencio del director de Badlands. La diferencia estriba en el realismo, que en The Rider es dueña del territorio, y en una narración que no por susurrada, contenida y de pocos gestos se distancia del clasicismo.

En el medio de esos elementos de aquel género (casi) extinto está la amenaza de extinción del futuro de la ocupación de Brady, para lo cual nació o para lo cual le hicieron sentir que nació: el rodeo, del que se ve expulsado por un accidente en plena competición. En ese sur profundo donde hombre y caballo son lo mismo, tierra de centauros que aún hoy conserva huellas de viejos vínculos tribales, el hombre que no monta no pareciera ser un hombre, sino precisamente su mitad. El peso de la tradición -y de ese patriarcado salvaje sobre los mismos hombres- es una montura demasiado dura de sobrellevar. La diferencia con el caballo herido, claro, es que el inevitable destino de éste es la bala piadosa, mientras que la de su otra mitad, el oprobio o el exilio. Ese es el horizonte, la frontera a la que se enfrenta su personaje, Aquiles y Sansón redivivo, quien la atraviesa con no poca épica y admirable hidalguía.

Como en el buen cine, la historia pareciera trotar detrás de la contemplación de la belleza (en este caso, dolorosa), pero especialmente atravesada por la melancolía casi hiriente de su protagonista, quien no sólo parece ser uno mismo con el animal al estar sobre su lomo (algo que tiene mucho de la excelente The Horse Whisperer), sino por mirar al mundo con esa tristeza devastadora que tienen los ojos equinos. Es una pesadumbre que impregna a todo el film, uno en el que la directora observa a su héroe –y nos permite observarlo- con compasión infinita.

The Rider 1

Hay pocas cosas más cinematográficas que la comunión entre un hombre y su caballo. Si lo sabrá esta película, que pareciera proponer una suerte de sobrevida del western en base a despojarlo, hasta lograr aislar sus elementos más puros. Por eso The Rider es, más que western, la imposibilidad del western, al mostrarnos la modesta odisea de un hombre al que se le impidió toda epopeya; o mejor dicho, donde ésta se encuentra resignificada.

Si la película transmite todo el tiempo una sensación de realismo extra, es porque la tiene: Brady Jandreau, su protagonista, no es actor, sino un jinete y entrenador real que tuvo un accidente que lo dejó fuera de las pistas. La directora lo conoció y no sólo decidió contar su historia, sino que lo convocó como actor de la misma, además de que su padre y su hermana en la ficción lo son también en la vida real. Y lo hacen maravillosamente bien, en especial el muchacho en cuestión, una suerte de mix entre Chris Pratt y Heath Ledger que seguramente dejará las riendas para seguir en la pantalla, encontrando su redención (o una nueva proeza) de manera extra cinematográfica.

The Rider ganó algunos premios independientes, y al ser de habla inglesa tarde o temprano se va a “conseguir”. La tristeza extra que deja es la casi certeza absoluta de saber que el lector no podrá admirarla en una sala. Ese mirar en grande que un Bafici nos brinda y que pareciera, también, ser algo en vías de extinción.

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