Rambo: Last Blood

Por Gabriel Santiago Suede

Rambo: Last Blood 
EE.UU.-España-Bulgaria, 2019, 100′
Dirigida por Adrian Grunberg.
Con Sylvester Stallone, Paz Vega, Sergio Peris-Mencheta, Adriana Barraza, Yvette Monreal, Óscar Jaenada, Marco de la O, Rick Zingale y Louis Mandylor.

No va más

Por Gabriel Santiago Suede

El cine bélico tradicional tiene ese no sé qué de cierta solemnidad que, vaya uno a saber por qué, con el tiempo, terminó virando hacia otra cosa. Quizás, en buena medida, la responsabilidad de eso la tenga un australiano: Ted Kotcheff. Y es que el director de la mítica Wake in fight supo ejercer, con notable muñeca, un cambio de perspectiva en el cine bélico, que tuvo como resultado el nacimiento de un personaje emblemático de pasaje. First Blood (1982) fue el nombre de la primera entrega de la saga que lleva 37 años y que recién a partir de la segunda entrega comenzó a virar su nombre hacia el que ostentaba su protagonista, John Rambo. Rambo (First Blood, 1982), Rambo II (Rambo: First Blood – Part II, 1985), Rambo III (Rambo III, 1988), Rambo, el regreso (John Rambo, 2008) supusieron la seguidilla de películas que en buena medida acompañaron el cambio experimentado por las tradiciones del cine bélico de carácter más pacifista hacia un cine bélico cada vez más violento, espectacular y ligado al cine de acción, ese género extraño que vio la luz en los 80s y nunca nos abandonó.

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En esta bendita dirección las películas fueron adquiriendo, entrega tras entrega, niveles de exageración, de extremación de código tales que hacían muy difícil vincularlas con la iniciadora de la saga. Y esto se debe a que, básicamente, en ese origen el film de Kotcheff lograba articular cosas muy difíciles: por un lado el gran espectáculo de la violencia (tradición del cine australiano de los 70s), por otro una elemental pero potente crítica social, que ponía en el centro el vacío generado por el abandono del estado a los ex combatientes (en el caso de esta película de 1982, un ex combatiente de la guerra de Vietnam). Fundamentalmente costaba vincular a la segunda y tercera parte de la saga Rambo con la primera porque en esas entregas el personaje adquiría una autonomía y una pérdida de la conciencia crítica de su origen. Eso era algo necesariamente malo? No. Pero en todo caso presuponía que esas dos entregas de la saga estaban reescribiendo desde el interior de un nuevo género, el de acción, lo que la primera no estaba reescribiendo desde la perspectiva del cine bélico. En resumidas cuentas, entre la espectacularidad y el goce de la violencia, lo que había pasado en el medio era que el personaje de John Rambo había trasmutado en otra cosa.

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Quizás la entrega de 2008 sea la entrega que termina por asumir (incluso con las severas limitaciones físicas de Stallone para aquel entonces) el código de la segunda y tercer entrega, pero desde un costado más gozoso, más cercano a la abstracción, lo que la llevaba (voluntaria o involuntariamente) hacia terrenos maravillosamente camp. La cuarta entrega de la saga Rambo, entonces, no era una crítica a ningún contexto social pero tampoco era expresamente un film de acción hecho y derecho sino, en el fondo, un momento reflexivo con respecto a la propia saga, como si en el fondo su hipérbole violencia no hiciera otra cosa que exponer aquello que en el pasado fue disfrutable desde el código del verosímil de la acción pero que en esta cuarta entrega se mostraba casi autoparódico.

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La pregunta entonces es…para qué una quinta entrega 11 años después, con un actor de 73 años cargando encima el peso de ponerle el cuerpo a tamaña responsabilidad, limitado física y actoralmente, pero ante todo, sin un horizonte claro en relación al tono? Si algo no se comprende en Rambo: Last Blood es su tono, que oscila entre la solemnidad galopante, la presunta crítica social a la trata de personas pero también el goce sádico y casi paródico de la entrega anterior, como si en si interior hubiera querido juntar infructuosamente a todas las entregas de la saga para hacerlas dialogar de modo salvaje. Y creo que no hay una respuesta precisa a ese para qué tentativo. Porque esta nueva entrega hace casi todo incorrectamente: construye personajes imposibles por donde se los mire (una suerte de lugares comunes encadenados que provocan risas nerviosas en los espectadores: realmente esos son mexicanos? Realmente ese ese el modo de comunicarse y de hablar de los personajes, explicando para el espectador el background personal?), elige recursos formales ridículos (como la persistencia de los zoom in en las secuencias de montaje), muestra una venganza rebuscada y torpe (el personaje es una gran excusa para traer a los tratantes de personas mexicanos al territorio propio y someterlos a mucho dunga dunga) y finaliza con un monólogo increíble y fuera completamente de tono.

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La sensación es extraña, entonces: realmente estamos ante una película que se toma en serio a si misma o estamos ante una nueva operación de parodia y reformulación del código sin que nos hubiéramos dado cuenta? Lamentablemente no hay el más mínimo trabajo de apropiación de ninguna clase de código, por lo que toda la película parece un gran patchwork de perspectivas distintas. En el medio poco importa la corrección política, a esta altura echada por la borda (acaso sea una de las pocas cosas celebrables: no estamos ante una fantasía fachista sino ante un personaje que no puede abandonar la violencia y no sabe cómo), sino que lo verdaderamente nos interesa es que hemos perdido de manera definitiva algo que en algún momento fue hermoso, que supo construir un mundo posible para quienes nos criamos en los 80s con ese imaginario. Hoy John Rambo es una marca registrada de un pasado, pero no puede habitar ningún presente ni proyectarse hacia futuro alguno. En esa dirección mortuoria es en la única en la que puede justificarse el plano y monólogo final, que tiene algo de fordiano (en versión falopa, pero fordiano al fin), que es un canto de cisne antes de que los nuevos bárbaros de la corrección política lleguen y ya no podamos ver nada de lo que alguna vez supo ser.

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