El vicepresidente: Más allá del poder

Por Federico Karstulovich

Vice
EE.UU., 2018, 132′
Dirigida por Adam McKay.
Con Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Alison Pill y Jesse Plemons.

Ser y pretender

Una de las obsesiones malsanas de Lisa Simpson fue el problema de ser segundo en la vida. Ser segundo de cargo, mano derecha, asistente de primer orden, compañero leal puede ser leído siempre de dos maneras: o como punto de partida, peldaño de paso hacia una instancia superior o como lugar cristalizado de la carencia de ambiciones (con lo peor y lo mejor de ese concepto). Hay gente que nunca va a brillar, ni a destacarse. No porque no lo elija, sino porque sencillamente sus ambiciones siempre serán menores. En ese orden de cosas, ser segundo tiene un aspecto tranquilizador: no hay riesgos a la vista, los fracasos no duelen tanto y el imperio del medio tono se impone frente a la grandilocuencia del ambicioso (de hecho siempre hay que diferenciar ambición de pretensión, ya que mientras en la primera hay aliento vital en la segunda hay obsesión por ser recordado, por lo tanto es un sentimiento de muerte). 

La ausencia de riesgo del segundo, no obstante, no es tan distinta de la pulsión de muerte del pretencioso. En la ausencia de riesgo, en la inmovilidad del segundo hay una condescendencia propia de la falsa modestia. Como si ese lugar de segundo, en el fondo, siempre exhibiera una ambición mayor, guardada, desesperada…pretenciosa. Y como toda pretensión, siempre, lo que se hace visible, es la ausencia de protagonismo. Pero la ausencia de protagonismo tiene también, como contraparte, la proyección en otro de aquello que no se es. En definitiva, los segundos tienen una vida vicaria. Y esa vida puede envilecer hasta el límite de lo insoportable. Las vidas vicarias tienen eso: son sobrevidas temerosas a la sombra de otros a la espera de dar el salto o muriendo en la expectativa.

Adam McKay leyó Macbeth alguna vez. De hecho leyó mucho más de lo que varios piensan. La diferencia es que no precisaba recordárnoslo. El subrayado es, precisamente, la evidencia de la falta. Ya en la extraordinaria Talladega Nights (Adam McKay, 2008) el director exponía con bastante mayor audacia e inteligencia que en su segunda película oscarizable qué era eso de la angustia de ser segundo. Sin ir más lejos películas como El reportero, Hermanastros junto a la mencionada líneas arriba son ejemplos perfectos de la obsesión mckayana por las jerarquías y la desesperación por acceso a lugares de poder. Insisto: lo curioso es cómo el ingreso a la zona de premios convirtió a lo solapado en algo tan obvio.

Lo más curioso de la ingeniosa (no se me ocurre un epíteto más preciso para definir a un concepto muchísimo más ajustado como lo es la expresión wise ass) Vice (que juega con la polisemia, ingeniosamente: vicepresidente y vicio, en este caso siendo la necesidad de poder y dinero el vicio en cuestión) es que invierte los logros del director de una manera insólita. A ver: AMcK es un gran director de comedias y, como Lubitsch, como Wilder, entendió que la comedia es una de las formas más acabadas de sofisticación del lenguaje y que por la misma forma, por las características de un lenguaje que precisa de varios sentidos para procesar, en el juego de las lecturas, en lo comédico del estilo no había necesidad de validación. O para ser más precisos: la comedia es una de las grandes artes discursivas. Y su complejidad es aquella que precisa que la presentación sea en apariencia simple y directa.

Vice invierte la carga de prueba de la comedia: se siente segunda, insegura en un terreno ajeno. Entonces busca validarse todo el tiempo. Como el stand up promedio en Argentina, que cada cinco segundos precisa del remate desesperado en busca de la risa salvadora. Y acaso suceda algo de esto: las comedias de McKay no necesitaban ser películas importantes sino artefactos felices. Y la felicidad no necesita demostrarse. La sátira, en este sentido, es una de las peores derivaciones de la comedia. O al menos su derivación menos acabada, menos sofisticada, más fácil. La sátira solo precisa, como Arquímedes, un punto de apoyo. O para ser mas precisos, lo único que necesita es un foco de burla o de desprecio.

En Vice el foco de burla es variable, pero el foco de desprecio oscila entre los segundos que nunca tendrán un lugar y los segundos que manejan desde las sombras. Es interesante, en este sentido, como McKay plantea el problema en los primeros minutos para luego dejarlo de lado. En ese planteo abandonado hay una decisión: para la película importa más recordarnos quiénes son todos los que pululan frente a nuestros ojos que la autonomía de sus personajes. Y en esa dirección, lamentablemente, no se aparta demasiado de la sátira más convencional: el comentario sobre el referente, el señalamiento al mundo “real” también es una vida vicaria para el cine. Por qué? Sencillamente porque ningún arte está obligada a rendir cuentas a nadie. Menos que menos al mundo exterior. No obstante en miles de casos hemos visto que él diálogo entre ambos ha sido más que productivo. El problema es que en Vice no hay diálogo de ningún porte. Lo que hay es aplastamiento, vulgarización, comentario fácil pero construido desde una perspectiva ingeniosa.

El ingenio tiene esas cosas. Quizás no haya nada más diametralmente opuesto a la brillantez de la comedia que el ingenio de la sátira. La primera tiene a la felicidad como horizonte. El segundo tiene a la importancia como límite. En el primero el resultado es un emergente del esfuerzo por acercarse a un lugar en el que la inteligencia no sea explicada. En el segundo la inteligencia solo aparece en tanto haya una explicación previa. En definitiva la sátira es un intento desesperado por ser parte de un círculo exclusivo. Nada parece encuadrar mejor en esta nueva etapa del cine de McKay, un cine propio del ingenio más vacío y menos feliz que vayamos a ver en este año. 

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