Fleabag

Por Ignacio Balbuena

Fleabag
Reino Unido, 2016-2019, 12 episodios de 27′
Creada por Phoebe Waller-Bridge
Con Phoebe Waller-Bridge,  Sian Clifford,  Bill Paterson,  Jenny Rainsford,  Ben Aldridge, Olivia Colman,  Jamie Demetriou,  Brett Gelman,  Hugh Skinner,  Sarah Daykin, Hugh Dennis,  Olivia Gray,  London Hughes,  Ty Hurley,  Daniella Isaacs,  Sophie Karl, Andrew Scott,  Fiona Shaw,  Kristin Scott Thomas,  Ray Fearon,  Angus Imrie, Christian Hillborg,  Jo Martin

El cálculo humano

Por Ignacio Balbuena

Una protagonista canchera hablando a cámara en una dramedy original no parece, en principio, nada revolucionario. Pero hay montones de detalles y situaciones que ya desde el primer episodio dan indicios de que Fleabag es una serie especial. Incluso el brevísimo opening de la primera temporada, apenas una placa de tipografía anodina sobre negro con medio segundo de free jazz ruidoso, marca una intención: la de generar momentos abruptos e inesperados (de humor, pero también de intranquilidad o de cringe) mediante el montaje, ya sea con inserts breves y gags o flashbacks que de a poco reconstruyen parte del pasado del personaje.

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Fleabag, hoy una serie ganadora de cuatro Emmys, es una creación de Phoebe Waller-Bridge, que interpreta al personaje homónimo y además escribió todos los episodios. La serie es un vehículo para su carisma infinito, que se manifiesta a través de una gran capacidad para burlarse de sí misma (el nombre alude al sobrenombre de la protagonista) y en los constantes apuntes a cámara, que rompen la cuarta pared para dar información o simplemente comentar lo que ocurre con una miradita breve. Los comentarios hacia el espectador no son la única forma en la que Fleabag parece estar consciente de estar en un mundo ficcional. Muchas veces la oímos comentar sobre cómo una voz over luego de un recuerdo resulta ‘un poco obvia, no?’, y en la 2da temporada, hasta vemos como un personaje descubre como ella mira constantemente a cámara y le pregunta qué es lo que hace cada vez que mira hacia ese espacio fuera de campo indiscernible para los otros personajes. En una escena de sexo particularmente íntima, el personaje de Phoebe Waller-Bridge hasta se toma el trabajo de tirar hacia abajo la cámara para que no la vean. Es una excepción: Fleabag la serie, y Fleabag, el personaje, están bastante obsesionados con el sexo. Con la performance, la incomodidad, la seducción, y no tanto el acto en sí mismo, como dice en una escena al mismo que hace pis en cámara. 

La primera escena de toda la serie ya lo anuncia. Básicamente, un one night stand muy fachero se la coje por el culo y ella se queda preguntándose por toda respuesta a ese evento si no tiene el culo muy grande. Ya no estamos ante el cinismo típico de protagonista de comedia dramática con aire prestige y de culto, sino un abierto desdén por todo lo que representa tomar buenas decisiones, apreciarse a sí misma y dejarse tratar bien. No sólo por ese pibe fachero con ánimos de tener relaciones sexuales por lugares incómodos sino también por el novio que va y viene, el pibe dientón que se levanta en el colectivo y ni hablar de esa familia hecha de geniales actores de reparto (Olivia Colman, virtuosa, y Brett Gelman, sleazy como siempre, son los highlights pero realmente todos están perfectos, como si fueran engranajes de un sistema de relojería funcionando sin problema alguno).

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El sexo, como dijimos, funciona como uno de los hilos conductores de la serie. Fleabag empieza en medio de un acto sexual, y atendiendo a esa vieja frase de Oscar Wilde, realmente todo en la serie gira en torno al sexo, no tanto al acto en sí mismo, sino por la forma en que determina y condiciona las relaciones entre los personajes, es decir, también habla sobre el ejercicio de poder en las relaciones. Fleabag y su novio que le pide que no se masturbe para reservar el tiempo para tocarse entre ellos y no a sí mismos, las constantes referencias a masturbarse, la exhibición sexual de la madrina-madrastra artista, la hermana obsesionada por el trabajo con problemas de falta de libido, el padre que encontró en el sexo con la madrina de Fleabag la forma de transitar el duelo por su esposa, un gag recurrente de una estatuilla tetona, y por supuesto es un acto sexual, y particularmente, una infidelidad, lo que lleva a Boo, la mejor amiga de Fleabag, al ‘suicidio accidental’ que funciona como eje de la primera temporada y como pulso dramático de muchas de las escenas más intensas para la protagonista.

Enumerados unos detrás de otros, varios de los ingredientes de la serie parecen ser algo ya visto: la protagonista que sufre y quiere llorar todo el tiempo en un constante estado de desdén por el mundo/depresión funcional (que igual se las arregla para ser sexy y magnética), la relación compleja con una familia de mierda, el emprendimiento personal condenado al fracaso, incluso el trauma del pasado que aflora todo el tiempo, aquí encarnado en esa mejor amiga que aparece tanto en recuerdos amables como en raccontos cortos y tensos que irrumpen en momentos de estrés, como un misterio central que la serie va revelando de a poco hasta llegar al clímax de la primera temporada. Luego de una temporada que establece claramente la dinámica de los personajes, la segunda temporada toma algo más de vuelo argumental generando una tensión romántica y sexual entre Fleabag y un cura (un cura hot, como dice Phoebe Waller-Bridge en su excelente monólogo en Saturday Night Live), reforzando en la segunda temporada esta cuestión del sexo (o la falta del mismo) como una expresión de una dinámica de poder. No es joda: Fleabag básicamente se quiere cojer al cura que va a casar a su padre con su madrastra. Hay algo muy retorcido ahí en relación, obvio, a lo prohibido, lo oculto, o a como el personaje se relaciona con su deseo pero también no se siente nada declamatorio sino que la forma en que la trama y los vínculos avanzan se siente totalmente orgánica. El gran mérito de Fleabag y de Phoebe Waller-Bridge como escritora es dotar a todas estas situaciones arquetípicas de una especificidad que las hace evidentemente calculadas al milímetro pero a la vez profundamente humanas y únicas. Es como ver gente verdadera pero a la vez escrita y dirigida para la tele con una claridad y un foco poco frecuentes.

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Quizás ese sea el principal milagro de esta serie breve, más allá de ser un mecanismo perfecto de tragicomedia con todas las piezas en su lugar y una serie con momentos de gran ingenio formal: Fleabag encuentra el eje en esa protagonista que no tiene reparos en señalar que no va a pasar frío porque tiene ‘los pezones peludos’ o en sacarse selfies de la concha para mandarle a un tipo que le interesa poco, un personaje que contiene multitudes. Y no sólo mujeres feministas millennials. Fleabag lejos está de ser una serie girly (sin que esto represente una descripción peyorativa, por supuesto), es sencillamente una serie que nadie debería perderse. Si de casualidad descubrieron, como yo, la serie Crashing, que Phoebe Waller-Bridge también escribió y co-protagonizó van a notar la trascendencia de Fleabag todavía más. 

En apenas un par de años Phoebe Waller-Bridge pasó de escribir una sitcom super convencional con la premisa más cliché del universo (veinteañeros roomies, un triángulo amoroso entre una pareja y ella, la mejor amiga de él) a escribir acaso una de las grandes series de los últimos tiempos. Por suerte ya terminó y de pasó, siguió el modelo inglés: dos temporadas de seis capítulos que se ven rapidísimo y que además, se pueden ver de nuevo y de nuevo con mucha facilidad. 

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