The Crown
EE.UU.-Reino Unido, 2019, 10 episodios de 60′
Creada por Peter Morgan
Con Olivia ColmanTobias MenziesHelena Bonham CarterBen DanielsJason WatkinsMarion BaileyErin DohertyJane LapotaireCharles DanceJosh O’ConnorGeraldine ChaplinMichael MaloneyEmerald FennellAndrew Buchan
Haz lo correcto
Por Ludmila Ferreri
Hay que retrotraerse a las ambiciones de Downton Abbey, Mad Men o incluso a la demencia de los infinitos capítulos de Lost (con la friolera de 25 episodios por temporada en algunos casos) para pensar en las ambiciones corales de The Crown. A su vez debo admitir que, si bien estamos en la tercera temporada, no supe darle mucha pelota en su momento de emisión cuando salieron las temporadas anteriores. Fue a partir de cierto momento durante el 2019 que comencé a amigarme con ese serial de largo aliento que, desde la temporada uno a la tercera, nos va contando la vida presuntamente íntima de los integrantes de la corona británica (aunque el eje particular está puesto en la reina Elizabeth) a lo largo de casi 50 años del siglo XX.
Pero de las tres temporadas disponibles, creo que recién en esta, la tercera, es en donde las cosas terminan por ordenarse, porque es la temporada en la que los personajes comienzan a delinear sus arcos dramáticos (para quien no lo sepa: un arco dramático es la evolución de un personaje con su correspondiente aprendizaje en torno a un determinado eje a lo largo de toda la narración) con mayor precisión. Pero, a decir verdad, nada de lo que hace la serie es demasiado novedoso o distinto de lo que pudimos haber visto en las series mencionadas al inicio de esta nota. Entonces, ¿por qué destacarla? Bueno, por una sencilla razón. Porque quizás sea una de las pocas series disponibles actualmente que se proponga hacer lo que dicen los libros, es decir, estamos ante una serie con un formato canónico, que no innova. Y quizás justamente en esto se diferencia de buena parte de las series contemporáneas largas (que tienen como mínimo 8 episodios, aunque en este caso hablamos de 10 e incluso por el formato podría tener hasta 13 sin problemas) que, desesperadas por narrarlo todo, no se toman el tiempo adecuado para desarrollar de manera más parsimoniosa a sus personajes por separado.
En esta tercera temporada, el eje que conecta a todas las piezas de la máquina, que motoriza a los demás engranajes, sigue siendo Elizabeth. Pero a diferencia de las temporadas anteriores, en las que su proceso de crecimiento y toma de conciencia de su rol implicaban una obsesión con su figura, es en esta tercera temporada en donde el juego se abre de manera definitiva. En ella los 8 personajes principales (Elizabeth, su esposo, sus dos hijos, su hermana díscola, su madre, su tío expulsado, su tía abuela) se reparten sistemáticamente la narración cada cierta cantidad de capítulos, con la dirección puesta en construir un abanico de posibilidades en torno a una idea central que no cambia demasiado a lo largo de las temporadas: sindicar que el mundo de la realeza es opresivo, normativo, que destruye vidas, que las somete al arbitrio de lo procedimental y que sus integrantes no hacen otra cosa que ir dejando sus sueños en el camino. En efecto: nada nuevo. Y sin embargo funciona de manera impecable, por ese digno arte de la narración clásica que la serie nunca deja de lado.
La incorporación de toda una nueva tanda de actores (en particular Olivia Colman como Elizabeth) no solo supone un recambio generacional (inevitable si se va a saltar un par de décadas entre las dos primeras temporadas y esta), sino que permite asentar procesos más anclados en lo corporal, en el display de acciones antes que en lo dicho. Y si bien la serie nunca decidió poner el ojo en personajes parlanchines, creo que en esta temporada todos están aún más secos que en las anteriores, como si en cierto modo se vieran derrotados, entregados o resignados a que nada de lo que hagan en el fondo va a cambiar algo. Es frente a esa certidumbre que la serie opta por construir un diálogo entre hechos puntuales de la historia pública real de la corona con procesos internos de cada personaje (hacer conscientes emociones donde no parece haberlas, reconciliarse con los padres, aceptar que se es parte de un linaje rebelde que será reprimido tarde o temprano, saberse uno más en el mundo y no alguien extraordinario, darse cuenta de que la voz personal no emergerá nunca ya que será acallada por las normas, etc.). Por eso, si uno lo piensa detenidamente, nada de lo que la serie hace es estrictamente novedoso. Así y todo, esta tercera temporada termina volviéndose adictiva porque la serie confía en los viejos saberes narrativos y hace lo que debe hacer.
Quizás pueda adjudicársele, por momentos, una necesidad machacona de enfatizar procesos que eran inevitablemente obvios, como cuando ciertos personajes parecen verse obligados a verbalizar y a servirnos de ayuda memoria para que comprendamos sus cambios emocionales. Es ahí donde la serie se pone redundante y logra que algunos capítulos terminen moralizando de manera reiterativa ejes que todo el tiempo nos fueron recordados por diversos personajes. Y esa es otra clave de la confianza en la imagen en detrimento de la palabra: todos los cambios experimentados por los personajes son en mayor o menor medida complementarios (algo más shakesperiano no se consigue hoy en el mercado), por lo que a lo largo de los 10 episodios no se construye una idea dispersiva y disociada de procesos emocionales sino siempre complementaria. Cuando esto sale bien, tenemos a series como The Crown. Cuando sale mal, ahí tenemos a 13 reasons why. Es en su confianza en las formas más depuradas del clasicismo a donde hay que ir a buscar cualquier logro posible de esta serie que, sin hacer demasiado ruido, ha terminado instalándose como una necesidad.
