Unbelievable

Por Ludmila Ferreri

Unbelievable 
EE.UU., 2019, 8 episodios de 50′
Creada por Susannah Grant y Michael Chabon
Con Toni Collette, Merritt Wever, Kaitlyn Dever, Vanessa Bell Calloway,  Dale Dickey, John Hartmann, Austin Hebert, Liza Lapira, Kai Lennox,  Danielle Macdonald, Elizabeth Marvel, Omar Maskati, Blake Ellis, Scott Lawrence, Aubrey Fuller, Eric Lange, Connor Tillman, Hendrix Yancey,  Max Arciniega, Jun Hee Lee, Shane Paul McGhie, Patricia Faasua, Bill Fagerbakke, Treisa Gary, Tim Martin Gleason, Dejon LaQuake, Charlie McDermott, Tess Aubert, Elena Campbell-Martinez, Tate Ellington, Dominic Goodman,  Alison Jaye Horowitz, Reggie Jernigan, J.E. Burton, Jon Beavers,  Allius Barnes.

Un pacto (para vivir)

Por Ludmila Ferreri

Cuando los humanos hablamos no siempre obtenemos las respuestas que queremos. Ojo, les pasa tanto a hombres como nos pasa a las mujeres, pero por algún que otro motivo que excede la caracterización de “por culpa del patriarcado” (ya que los motivos pueden ser personales, interpersonales, burocráticos, de diversa y variada índole…y asignarle las responsabilidades al abstracto patriarcado se me hace una perfecta manera de despolitizar reclamos bien concretos y definidos) a veces a las mujeres nos termina resultando más complicado el asunto. Y no se trata de privilegios o no privilegios de ser parte de una determinada extracción socio-étnico-económico-cultural y yadda yadda yadda yadda. Francamente hay aspectos que son difíciles de encontrar respuestas. A veces, por tensiones sociales, reclamos que encuentran emergentes y se convierten en sustratos de contención legal, las voces que en otros momentos no se oían encuentran la escucha adecuada. Desde este aspecto, el costado más alentador de la contemporaneidad es que algunos de esos reclamos, cuando fuera por un zeitgeist que lo demanda, hoy encuentra respuesta. No obstante, sostener que esas respuestas siempre han beneficiado a los hombres y no a las mujeres no deja de ser tremendamente erróneo. Hoy por hoy un hombre golpeado por una mujer carece de una estructura estatal de contención y una figura que lo tipifique. Hoy por hoy un hombre violado por otros hombres o violado por mujeres (que a gente le cause gracia esta posibilidad habla bastante a las claras de que el problema es humano, no es solo de un sexo ni de un género) tampoco encuentra un receptáculo para su escucha. Y no obstante, en esta contemporaneidad en la que ser mujer nos habilita a que la escucha esté hipersensibilizada, no silencia las experiencias que en algún momento sufrimos. Desde ese punto de partida humanista, desde esa pregunta sobre la génesis de cómo la escucha decanta en procesos de recuperación para las personas que nunca fueron escuchadas atentamente es desde donde parece arrancar (y terminar) Unbelievable (también rastreable en distintas plataformas on line con el nombre de Creedme o Inconcebible).

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Ya de por si, el nombre que da el título a la serie en cuestión (cuya mejor traducción sería Imposible de creer (aunque no sería un nombre muy ganchero que digamos)) parte de ese problema de escucha. El punto clave, entonces, es encontrar una localización espacio-temporal para ese problema. Curioso resulta esto: la mayoría de los productos audiovisuales que tratan problemas de este tipo se sienten más cómodos situándonos en el presente, como si la experiencia fuera universal, transferible y ubicua en cualquier tiempo y espacio. Y la realidad es que la experiencia, nos guste o no, sucede en un marco histórico. Tal y como mencionamos antes: la experiencia de la violación sufrida por una mujer y la incapacidad de escucha de parte del estado (en distintos países del mundo con variaciones, pero una escucha en mayor o menor medida no especializada) no tiene hoy el lugar que podía tener más de una década atrás, que es el momento de partida en el que se sitúa la serie (luego oscilará entre 2008 y 2011, en el proceso de investigación de una serie de casos de violaciones similares a la del inicio). Que la serie haga especial hincapié en la inscripción histórica de la víctima de una violación cuyo testimonio no es tomado en serio y que termina siendo acusada por el estado por presentar una denuncia falaz, es, a las claras, una decisión acertada por donde se la mire.

Es difícil dar cuenta de la génesis de algo. Nos gusta pensar que podemos establecerla con mayor o menor fidelidad, pero la realidad es que no es tan simple dar con el inicio de un proceso histórico. De hecho creo que nos gusta pensar que los hechos que definen la historia con mayúsculas están escritos con resaltador, que suponen grandes quiebres cuando, en realidad, quizás son más las discontinuidades que las rupturas. En este punto la serie no parece quedarse pegada a la idea de una génesis estricta sobre los procesos de cambio en la percepción de la violencia contra la mujer (de hecho muchos de esos cambios fueron dándose de manera oscilante), pero si propone quedarse con un caso. No como estricta sinécdoque, sino realmente como eso: un caso, una experiencia, un hecho a tener en cuenta pero que al mismo tiempo puede reconocerse en su época, dialogar con su presente de referencia (como dijimos antes entre 2008 y 2011).

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En ese contexto el sofisticado trabajo de los guionistas (acaso mejor que el de los directores de los capítulos, quizás algo a destiempo de la sensibilidad y los matices planteados por el guión mismo, terminan por momentos en alguna que otra obscena decisión narrativa, como el recurso de los inserts de las violaciones, verdaderamente innecesario) se toma el trabajo de no construir un sistema de malos y buenos (algo que tienta mucho a la gente cuando pertenece a los colectivos masivos: legislar qué/quién/ cuándo/ dónde/cómo algo/alguien es bueno) sino que se ampara en una escala de grises en donde la cana es desagradable pero el sistema burocrático termina deshumanizando cualquier escucha. En donde las policías mujeres parecen buenas y empáticas, pero por momentos también están regidas por cierto resentimiento (que las habilita al maltrato a quienes las rodean). En donde los culpables en efecto son responsables por sus actos y en donde el contexto sociohistórico no usa los casos para convertir las personas en sinécdoques (es decir: en casos testigo para exponer socialmente una perspectiva de análisis de un colectivo), sino que nos permite entender la atrocidad de la escucha cuando se extravía el factor humano.

Estructurada en torno a 8 episodios como si se tratara de un policial clásico de whodunit, la serie logra construir un estado de indeterminación entre los potenciales culpables que realmente funciona. Porque no recurre a la manipulación de la paranoia social instalada (porque la psicopatía opera de ese modo: si, empoderate, pero al mismo tiempo tené miedo, mucho miedo), sino que logra que la paranoia sea una sensación derivada de la no escucha. O de la escucha no adecuada: si nadie me oye, quién otro sino yo mismo voy a estar escuchando todas las voces en mi cabeza?

Unbelievable La Serie Que Nos Muestra La Increible Diferencia Entre Dos Formas De Investigar Una Violacion 4

Al mismo tiempo hay un último aspecto a destacar, que quizás sea el más interesante, humano y constructivo de una serie que pudo haber optado por tirarla a la tribuna y agitarla demagógicamente con la venganza como estrategia. La serie en ningún momento construye a víctimas histéricas o signadas por los lugares comunes que solemos oír o que el cine suele representar. Cada una de las víctimas es distinta, reacciona de manera diferenciada ante la violación. Y hace lo que puede. Pero ninguna de ellas parece optar por la venganza en ningún momento. Y el punto más interesante es que la serie da pie a esta posibilidad: muestra un estado de cosas y mundo de mayor indefensión que el actual. Asi las cosas, en ningún momento se propugna un ojo por ojo. Sino una sencilla y humana esperanza en que la ley, que es un contrato entre las personas, haga su trabajo. Y que tanto los criminales como quienes se comportaron inhumanamente asuman consecuencias de sus actos. Porque luego de que la ley se aplica hay vida. El final luminoso de la serie presupone esa secreta esperanza: el imperio de la ley no es el de la institucionalidad vacía, sino que debería ser un punto de partida, un pequeño patio para que, incluso frente a los peores males, se pueda seguir viviendo en paz y con un futuro por delante.

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